No os podéis hacer una idea de cuánto me costó organizar el
grupo para el verano. Algún día, si tengo tiempo, os lo detallaré. Bien por
temas administrativos y de papeleo, bien por la reticencia de algunos pacientes
que claro, por sus problemas concretos, no se fiaban de mí, la cosa se complicó.
En fin, que hice la selección que creí más pertinente y les
envié a todos un whatsapp citándolos
en el sótano del hospital para empezar la terapia. Ya sé que el sótano no es un
lugar muy acogedor para casi nada, pero era la única ubicación disponible en
verano por muchos motivos.
Con toda la ilusión del mundo, porque yo soy de los que
creen que ayudar a los demás siempre trae algún regalo vital, dispuse el
espacio: varias sillas, todas diferentes, un par de sillones más perjudicados
que otra cosa, un par de ventiladores y una radio adquirida en el todo a cien
para amenizar las terapias de grupo. No era el hall del Gran Hotel, pero tenía privacidad y silencio.
Ahora sólo faltaba que acudiesen los miembros del grupo
para poder poner en práctica una terapia nueva que me rondaba por la cabeza
hacía mucho tiempo.
Me llamo Jorge, y estás invitado a la terapia.